Bocas del Toro es uno de esos lugares que convierte a Panamá en un paraíso turístico. Ese pequeño país de menos de 4 millones de habitantes alberga entre sus límites tantas maravillas naturales, urbanas y de ingeniería que invitan a conocerlo completo. Y este archipiélago es, sin duda alguna, uno de los sitios imperdibles.
A Bocas del Toro llegamos los tres integrantes del viaje: Lina, La Jebi y quien les escribe. Pese a que es un conjunto de islas y no hay carreteras para llegar desde la parte continental, cruzamos en Ferry junto a los camiones que llevan provisiones para los mini-súper chinos y todo tipo de mercancías para abastecer el comercio. Llovía casi todo el tiempo y era temporada baja. Había poca gente en las calles y en los bares no retumbaba la fiesta de la que tanto se hablaba. Chicas viajeras buscando ganar algunos dólares para su próximo destino repartían volantes para atraer clientes a las discotecas, y ofrecían en diferentes idiomas tragos gratis toda la noche para las mujeres.
Pero pese al panorama, Bocas del Toro tiene todo el año una oferta variada de actividades que hacen que el viajero se compenetre con la naturaleza y lo mandan a casa cargado de experiencias inolvidables. Yo andaba en busca de las profundidades del mar, pues es ya muy conocido que bajo las aguas de este archipiélago se esconde una impresionante variedad de flora y fauna marina. Antes de irme de Bocas del Toro, me fijé como meta, tenía que haberme iniciado en el mundo del buceo.
Lina y yo llegamos a uno de los centros de buceo más reconocidos del Archipiélago: Bocas Dive Center. Fuimos atendidos por Eddie, su propietario, quien nos dio unos minutos para hablarle de nuestro viaje. Es un tipo amable y de pocas palabras. Pero cuando conoció nuestro objetivo de llegar hasta Alaska en carro y leyó todas las cosas que habíamos escrito sobre su país, quiso sumarse a esta aventura. Era sábado en la tarde. Al día siguiente y durante dos días más, completaría mi curso de buzo de aguas abiertas.
Y digo que yo solamente, porque como les contamos AQUÍ, AQUÍ Y AQUÍ, el miedo que Lina le tiene al agua no le alcanzó ni para imaginarse respirando a través de una manguera a 18 metros de profundidad.
Día 1: Salón de clases y el coral de fuego
No basta con sentarse en el borde de una lancha de espaldas al mar y tirarse al agua de vuelta canela. El buceo es una actividad emocionante y divertida pero requiere toda la responsabilidad y concentración de parte de quienes la enseñan y quienes la practican. Entonces, mi primer día aprendiendo sobre el mundo submarino lo empecé fuera del agua.
Mi instructor Nicolás Delgado, un costarricense de amabilidad sobresaliente (como buen tico), me proporcionó material escrito y en video para enterarme de algunos aspectos técnicos que obligatoriamente se deben tener en cuenta. Pueden haber sido las ganas de entrar al agua, o de conocer más de Bocas del Toro, pero tardé mucho en interiorizar todo el material. No fui muy buen alumno, y por eso, tuve que pasar horas extras en el salón de clase durante los días siguientes.
En la jornada de la tarde del primer día fuimos al grano. Aprendí como armar y desarmar los equipos. Para qué sirven y como se verifican los tanques que te mantienen vivo bajo el agua. Y entendí cómo reaccionar en situaciones de emergencia y movimientos básicos como vaciar la máscara cuando se llena de agua en la profundidad.
Terminando los ejercicios del primer día, mientras me quitaba el chaleco y el tanque, toqué con el codo derecho un coral de fuego que de inmediato me produjo una sensación de ardor como si me estuvieran quemando en carne viva. Varios días siguientes el ardor y la comezón duró, y el enrojecimiento desaparecería por completo casi una semana después.
Día 2: Descubriendo la vida marina a 12 metros de profundidad
Nunca dejar de respirar y bucear siempre acompañado, esos son dos de los principios básicos de esta actividad. Las ganas de entrar al agua crecían en las primeras horas de la mañana de mi segundo día de aprendizaje. Pero esta vez, el salón de clase sería entre peces multicolores y corales que sólo había visto a través de las pantallas de televisión. Ahora la vida real y la decisión de renunciar y viajar me premiaban con este espectáculo submarino.
No hay que dar patadas rápidas, como siempre creí, ni aguantar la respiración para que el nitrógeno dure más. El buceo es una actividad tranquila, contemplativa, lenta y que despierta mucha curiosidad por la cantidad de especies que alberga el mar en lugares como Bocas del Toro. El día de mi primera inmersión estaba iluminado por los rayos del sol, lo cual fue un privilegio debido a las fuertes lluvias de la época en Centroamérica.
Entré al agua con la GoPro por si la confianza me daba para registrar algo de esta experiencia y en pocos minutos ya estaba frente a animales magníficos como morenas, peces león, peces flauta, medusas y una gama de corales de muchos colores iluminados por rayos del sol que se refractaban y corrían de allá para acá con el efecto de las olas del mar. De vuelta a la superficie, el ardor del codo por el coral de fuego aumentaba pero las ganas de volver a vivir esa sensación lo borraban de un plumazo.
Tuve que volver a la teoría en la tranquilidad del hostal donde estábamos para al otro día terminar con broche de oro: tres inmersiones me esperaban desde las primeras horas.
Día 3: Tiburón a la vista y un antiguo naufragio
Antes de iniciar, previo a cada inmersión, Nicolás me explicaba las señales que íbamos a manejar bajo el agua. Dedos entrelazados y moviéndose: Pez León. Dedos pegados a la boca y moviéndose: Pez Flauta. Mano con la palma abajo y agitándose: Raya. Mano sobre la cabeza con los dedos hacia arriba: tiburón.
Empezaba el tercer día, y luego de aprender a equiparme en el agua, empezamos el descenso. No habían transcurrido ni cinco minutos cuando mi instructor hizo la señal de tiburón. La lógica indica que lo mejor es huir. Pero Nicolás señalaba al animal y me llamaba para verlo. Era un inofensivo pero enorme tiburón gato, que se escondía de nuestra presencia bajo el casco oxidado de un enorme barco naufragado. El panorama no podía ser más inspirador. Luego de ver al tiburón, rodeamos el oxidado bote, que con el paso de los años ha adquirido una capa espesa de óxido y coral.
Cada patada que daba con las aletas sentía que me adentraba en una película de viajes submarinos. Desde la rampa de abordaje del barco nos acompañaban cardúmenes de peces de colores brillantes, y otros más pequeños entraban y salían del enmohecido inodoro partido que alguna vez funcionó para los pasajeros.
Al contrario del día anterior, llovía a cántaros. Pero ¿qué importa mojarse cuando se está debajo del agua? En las siguientes inmersiones ya me estaba familiarizando con la fauna y la flora submarina. Vi una raya gigante que dejó una bruma de arena cuando sintió nuestra presencia, y alcancé los 18 metros de profundidad, que es el máximo permitido para esta primera etapa de aprendizaje.
Cansado, con los dedos arrugados y la adrenalina aún a tope, volví al salón de clases de Bocas Dive Center para realizar mi examen de conocimientos teóricos. Cincuenta preguntas y listo. Oficialmente estaba certificado como buzo de aguas abiertas internacionales.
Ver Galería: explorando las profundidades en Bocas del Toro, Panamá
Fueron tres jornadas intensas, donde el cuerpo y la mente tuvieron que exigirse al máximo. Pero la felicidad que dejan estas nuevas experiencias viajeras es incomparables. Llegué a pensar en que era lunes y yo estaba aprendiendo tantas cosas fantásticas en pleno horario de oficina. La vida de viajeros nos sigue premiando y sorprendiendo a cada kilómetro.
Centroamérica será la oportunidad perfecta para seguir dando pasos de aletas por los caminos del buceo. Lo mejor de todo: esto apenas comienza.
Esta nota fue posible gracias a la colaboración de Bocas Dive Center, el centro de Buceo número 1 en Bocas del Toro. Puede consultar sobre sus servicios haciendo click en la imagen.