Próxima parada: Desfile del orgullo gay Madrid.
El metro recorre el subsuelo camino al centro madrileño con los vagones repletos. Hay que apuntar la nariz hacia arriba para robarle un suspiro al aire acondicionado; vamos apretados: embutidos. A cualquier lado donde se mire aparecen ellos, los felices, las orgullosas. Lucen la satisfacción de quien va a recibir un diploma luego de años de estudio, se les ve en la mirada, se les oye en sus conversaciones, lo irradian en sus atuendos. El de la gorra multicolor con una hélice en la punta de la cabeza. La de la bandera amarrada en el cuello como una capa de súper héroe: la capitana arcoíris.
Van, vamos, camino al encuentro que los hace sentir parte de la sociedad que los ha excluido históricamente. Las puertas del vagón se abren y se suben más. Las paredes de las estaciones gritan mensajes y son todas colores: cero odio, pura inclusión. “Próxima estación, Callao”, se escucha por los altoparlantes. Y las puertas se abren como un día se abrieron las del closet; todos salimos, hoy nadie queda adentro.
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Este verano España arde bajo temperaturas insufribles; no hay con qué respirar. También hierve en las calles y en los medios la campaña electoral y, como es costumbre, como ha sido tradición aquí y en Colombia y en cada rincón del mundo donde exista un gay, los adalides de la falsa moral no han ahorrado esfuerzos para lanzarle su odio a los marchantes. “Impregnan el centro de la ciudad de un hedor insalubre e insoportable”, titula un medio local citando a una representante del partido ultraderechista VOX, a propósito del desfile del orgullo gay Madrid. Nada más lejos de la realidad.
Todo lo contrario. Hoy el centro de la ciudad está impregnado de alegría y huele a colores. El sol resplandece y la capital está pintada de diversidad: desde Atocha, Chueca, Malasaña, Lavapies y Gran Vía hasta la Puerta de Alcalá y Cibeles. Nada importan los 42 grados que derriten el asfalto madrileño; llegan de todos los rincones ondeando banderas como arcoíris al viento, disfrazados, pintadas, con sus niños en brazos, paseando sus perros, hablando tantos idiomas que uno no alcanza a reconocer: orgullosos.
Un vez afuera del metro Callao nos sumamos a la marea de los libres, nos reímos con ellos de sus disfraces y sus ocurrencias, admiramos esos cuerpos tan tonificados, tomamos fotos, conversamos… nos contagiamos de su alegría.
Corean que “soy maricón” para que no le quede duda a nadie. Cantan que “a quién le importa lo que yo haga / a quien le importa lo que yo diga / Yo soy así, y así seguiré / Nunca cambiaré”. Que los mojigatos que se escandalizan por dos brazos muscolosos con los dedos entrelazados en la calle, los que ponen el grito en el cielo por dos chicas dándose un beso de despedida en la boca del metro, se den cuenta que hoy la calle es de ellos. Que este derecho se lo ganaron a punta de palos, dolor y discriminación.
Una mirada menos chata vería en el desfile del orgullo Gay Madrid un interés turístico muy superior y mucho más lucrativo que torturar toros en una plaza y corretearlos por estrechos callejones para divertir a una multitud de borrachos energúmenos. No se necesitan más pruebas: las plazas de toros cada año más vacías mientras hoy los medios calculan que cerca de un millón de personas se tomaron las calles del centro de Madrid.
Un millón de personas de todas las razas, procedencias, edades y preferencias sexuales que sacaron dinero de su bolsillo para comprar banderas, pulseras, abanicos, camisetas, agua, cerveza, comida, tinto de verano, rentar un coche en Madrid o pagar transporte público para llegar al desfile del orgullo gay Madrid y regresar a casa o a sus hoteles. Ponen a circular el dinero, generan empleos y le dejan a las arcas del estado millones de euros en un solo día.
Pero los gays siguen siendo los malos de la película por amarse entre iguales.
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Las conciencias cambian al ritmo que sea; lento o rápido pero las conciencias se transforman. Las señoras mayores junto a nosotros nos decían, mientras desfilaba un grupo de musculosos con tangas de cuero al estilo YMCA, que “estamos aquí para apoyar la libertad. Somos mayores y se supone que los mayores están en contra de toda esta movida. Pero nosotras no; si todos venimos y disfrutamos de la diversidad, no hay otro camino que vivir en un mundo más tolerante”. Las adivino por encima de los 75, cabello blanco con rastros de algún tinte que ya se fue, abanico para este calor que les hace serpentear gotas de sudor por las arrugas bajo esos lentes negros grandotes.
Y nuestras abuelas aun diciendo que esos maricones son unos aberrados porque eso no está en la Biblia. Hágame el bendito favor.
Y rematan con esta: “y te lo decimos nosotras que fuimos testigos de todo lo que les han hecho a estas personas sólo por su condición sexual”.
Vaya suerte haberlas encontrado, abuelas. Porque gracias a ustedes nos enteramos que en la época del Franquismo los homosexuales eran equiparados con “proxenetas y enfermos mentales” según la ley de Vagos y maleantes . Ser gay era lo mismo que ser un proxeneta o un mendigo profesional, por lo que la policía franquista tenía la orden de mandar a prisión a todo aquel que fuera objeto de sospecha homosexual. Las leyes en aquel entonces no dejaban lugar a dudas: estas personas “ofendían la sana moral de nuestro país” y eran “sujetos caídos al más bajo nivel moral”. “Afeminados, depravados y violadores de niños”, eran los calificativos que hacían carrera en la sociedad española de la década de los 60.
Muchos de ellos no salían de casa y otros hacían hasta lo imposible para irse del país para no ser perseguidos.
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La primera manifestación del orgullo gay Madrid se llevó a cabo en 1977. En aquella época 4000 personas desafiaron la doble moral establecida y sin saberlo, abrieron a empujones la puerta para que entraran dos generaciones que no han parado de luchar por sus derechos, que no han acallado su grito de libertad para que los escuchen y, si no los quieren escuchar, al menos para que los acepten como parte importante, indispensable e inseparable de la sociedad española; como parte del mundo civilizado.
En cada conversación comentamos que el verdadero valor de este evento es hacer parte de una sociedad que incluye: no estamos celebrando la homosexualidad, festejamos la inclusión, la diversidad, la aceptación, la tolerancia: valores representados en esa bandera colorida tan necesarios en este mundo podrido. Que el Desfile del orgullo Gay Madrid no es una invasión aislada al espacio público como los fachos disfrazados de gente de bien quieren hacerlo ver. Que las calles, las consignas, las banderas y la exacerbación en público de sus vestimentas y sus maneras son un grito de lucha que les han garantizado sus derechos a la hora de hacer y ejecutar las leyes.
Que no hay que ser un maricón para disfrutar de la alegría de otros. Que amor es amor, y punto. Que cada cual es libre de hacer lo que se le venga en gana con su vida y con su cuerpo. Que a los que no les gusta bien pueden quedarse dándole vueltas a su camándula en casa, y no pasa nada. Y que el mundo globalizado tendrá las imágenes de su fiesta anual como una mosca que le zumba eternamente al oído del presente para que la igualdad sexual sea un derecho humano y la discriminación quede como un mal recuerdo que no se debe repetir.
¿Y los niños? Alguien piense en los niños
La manzana de la discordia es menor de edad. Los niños son el caballo de batalla de quienes se llaman “defensores de la familia tradicional”, esa de machotes que embarazan a varias y dejan hijos regados, que se llenan de críos y se los entregan a la abuela y creen que llamar marimachos a dos chicas que se abrazan en la calle es un buen ejemplo a seguir. Esos machotes aquí en España violan en manada a una chica de 18 años en medio de una fiesta taurina.
Vimos muchos niños, muchísimos. Acompañados de sus padres y sus madres, cargados en brazos, caminando o rodando en sus coches. Ondeaban banderitas, sostenían mensajes reivindicativos. Marchaban con sus “familias tradicionales” de mamá y papá y hermanitos, que quieren enseñarles que el respeto y la aceptación es el camino a seguir. Que la tolerancia se aprende primero que la sexualidad y que España y el mundo los necesita con mentes abiertas y prejuicios cerrados.
Iban rodeados de organizaciones de diversa índole que gritaban que no importa tu orientación sexual, si luchas por tus derechos vas a poder ejercer tu profesión y practicar tus hobbies sin miedo. Y frente a nosotros, en este Desfile de Orgullo Gay Madrid marcharon colectivos de ancianos, policías, deportistas, diplomáticos, funcionarios del estado y otros tantos más. A todos ellos nuestros respetos y agradecimientos por dar siempre pasos hacia adelante y mantener siempre el puño en alto.
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Surfeamos la marea de los libres de regreso a casa por las mismas calles donde el año pasado vimos rodar los ciclistas de La Vuelta a España y hoy se pintaron de color y diversidad. Nos llevamos lo que vinimos a buscar: una experiencia llena de aprendizaje, alegría y amigos.
Es por eso que viajamos. Para conocer y entender un poco este mundo diverso.
3 comentarios
Que precioso lo que escriben y las fotos que tomaron de ese Pride
Hola Pedro, gracias por compartir tu opinión que la compartimos totalmente. Hay mucho camino por delante pero hemos avanzado
La lucha de los homosexuales en España por su libertad y derechos ha reforzado la libertad de todos, nos enseña a ser mas tolerantes y mejores. Pero hay camino por delante en ciudades pequeñas, en ámbitos profesionales como el futbol, en el ámbito de las lesbianas… se pennaliza socialmente, es mas dificil y menos frecuente el salir del armario y vivir con normalidad.