El verano está llegando a su fin en Madrid. Empiezan a soplar algunos vientos que refrescan la existencia pero el sol baña de rayos la ciudad y la hace estallar en colores que contrastan siempre con su cielo azul. Es nuestra primera vez aquí y desde hace dos semanas nos enamoramos más y  más de esta belleza de ciudad; fuimos seducidos por esta poesía urbana. A Madrid volveremos, en Madrid viviríamos, no lo dudamos: Madrid nos tiene encantados.

Salimos del metro en busca de la puerta de Alcalá. Hoy el sol derrite las pieles de los miles que llegamos esperando ver el paso veloz de los ciclistas que ya han pedaleado más de tres mil kilómetros a lo largo del país para coronar su hazaña en el paseo de Cibeles. Madrid es escenario de otra primera vez para nosotros: hoy no le gritamos a la pantalla del televisor animando a los escarabajos colombianos; hoy pasan veloces junto a nosotros, tratamos de identificarlos entre el ventarrón de ciclistas. Nairo. Rigo. Súper Man López.

Un final de la Vuelta a España lleno de camisetas amarillas y banderas tricolores. Los españoles nos saludan con orgullo como si los corredores fuésemos nosotros; “joder, es que en vuestro país están los mejores escaladores, es una maravilla veros correr”. Dentro de dos días tomaremos un avión a Bolognia, Italia. Y nos llevaremos una nostalgia madrileña de querer más, pero dejamos la alegría inmensa de los recuerdos, la felicidad de haber estado. La promesa de volver por más.

 

Madrid en verano sabe a calimocho, pan tostado, queso fresco y patatas bravas. Por estos días la Gran Vía tiene las venas abiertas; está en obras y se forman embotellamientos de carros. Pero no hay forma de opacar su belleza: el lente puesto en el lugar adecuado permite robarle postales así como ella nos roba suspiros en las mesas de sus andenes, mientras vemos la vida pasar entre cervezas y tapas.

El Oso y el Madroño posan para miles de selfies en la Plaza del sol siempre repleta: Los mariachis, los migrantes negros que huyen de la policía cargados de carteras que imitan los cueros de Gucci y Versace, la camiseta de Cristiano, el perfume Hugo Boss: “Es robado amigo, por eso te lo vendo barato”. Las chicas lindas disfrazadas. Los chicos guapos por doquier. El kilómetro cero, el reloj de la Casa de Correos.

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Madrid nos sonaba al Heavy Metal del Barón Rojo y Obús desde antes de conocerla. Pero esta noche nos embelesa con tonadas flamencas en el tablado de Cardamomo. Humus de berenjena y pinchos vegetarianos para empezar. Brindis con vino tinto y luego aparecen ellos: cantaores, bailaoras. Guitarras relucientes. Frenéticos ellos, zapatean dan vueltas y rebolean sus faldas, el sudor vuela. La cultura del flamenco se respira en el auditorio lleno. La cámara no para de obturar: Madrid nos posa desde su alma.

De Madrid nos llevamos la emoción de los reencuentros con seres tan queridos que no veíamos hace tanto. Con Pilar, la tía de Lina que nos abrió las puertas de su casa y nos atendió como a dos hijos más. Con Santiago, el primo que invirtió sus días libres en el restaurante donde trabaja como jefe de cocina para llevarnos a recorrer esta Madrid que lo adoptó desde hace 9 años: gastamos suelas rumbo al Templo de Debod, el antiguo templo egipcio que nos recibió vacío, seco, sin agua. El Palacio real de Madrid. Y la cámara se convirtió en cómplice de los graffitis de Malasaña, del Callao, de la plaza mayor y de los mercadillos.

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De Madrid nos llevamos las tardes de Moncloa con Sandra, nuestra cómplice de toda la vida en Palmira. Nos llevamos la Plaza Madrid, a Don Quijote y a Sancho en dos estatuas imponentes que se reflejan en la pileta frente a ellos. En época donde la imagen es idioma, los personajes del castellano por excelencia hoy quedan inmortalizados en las pantallas de cientos de móviles que los convierten en fotografías.

Click: los callejones. Click: los monumentos. Click en la Madrid antigua y click en la moderna.

Y en la pareja de cisnes negros en El Retiro, en el lago, en el parque, en los novios que celebran el amor y el grupo de chicas que aprovechan los pocos días de calor que quedan por venir.

De Madrid nos llevamos muchas fotografías, miles. A Madrid nos la llevamos en estas dos almas viajeras. En Madrid dejamos esta felicidad de estar vivos; y prometemos volver a buscarla.

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