Un coctel de temperaturas recorre nuestras espaldas. Es como si un ejército de hormigas marchara sobre ellas cargando, al mismo tiempo, cubos de hielo y carbones incandescentes. Las aguas termales que kilómetros más arriba brotaron de las entrañas del volcán La Viuda, en Ecuador, ahora llenan la pileta que nos tiene sumergidos hasta el cuello mientras un potente chorro de agua helada desarma los miles de kilómetros de viaje que se convirtieron en nudos dorsales dolorosos.
Llevamos tres días recorriendo Ecuador y hoy estamos rodeados por las montañas de Chachimbiro, en la provincia de Imbabura. El viaje extendió sus manos bondadosas para hacernos un masaje liberador y luego devolvernos a la ruta como un par de recién nacidos.
Cuando uno pone a girar la ruleta del destino en un viaje sin rumbo, y sin mucho presupuesto, es muy improbable que se detenga en la casilla marcada con la palabra SPA; pero a veces pasa: hoy Ecuador nos da la bienvenida con un circuito de atenciones que saltan del hidromasaje al baño turco y luego a la piscina fría para recuperar los músculos. Y las ocho piscinas con diferentes temperaturas y más tarde el buffet, y la habitación para nosotros solos con vidrio panorámico y vista a la cordillera. Hoy somos los huéspedes invitados de Santagua, un complejo inmenso de aguas termales enclavado en las montañas del norte ecuatoriano al que llegan cientos de miles de personas cada año en busca de una experiencia tan única como relajante.
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Con todo y atípica que puede parecer la escena en la vida de estas dos almas vagabundas, la explicación aparece sencilla: dos blogueros de viaje tocan la puerta de la oficina del gerente y le presentan su trabajo: al hombre le gusta mucho lo que hacen y les propone conocer las instalaciones. Luego les dice que por ser temporada baja los puede invitar a quedarse en una habitación y pone en sus muñecas dos brazaletes fluorescentes que les da acceso libre al spa durante su estadía. Seguramente no hace falta describir las caras de emoción y las sonrisas de agradecimiento que parten en dos las caras de los protagonistas de esta historia.
Ya habíamos vivido algo semejante un par de veces y esta vez la emoción de la experiencia relajante siguió intacta. Pero algo nos emocionó mucho más que la idea de estar sumergidos en aguas volcánicas: Santagua se dejaba descubrir como un lugar inédito en nuestro inventario de sitios maravillosos. Este complejo termal es una empresa pública de la provincia de Imbabura, se sostiene con fondos públicos y reinvierte sus ganancias en la comunidad del sector. Es algo así como un spa social.
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En las mismas aguas que hoy estamos nadando, cada semana llegan niños discapacitados con sus tutores para hacer terapia sicomotriz completamente gratuita. Y son movilizados en el bus de dos pisos panorámico que esta empresa les proporciona para que puedan acceder a este privilegio que de otra forma sería imposible. Y más de una decena de los 70 empleados que se encargan de mantenimiento, limpieza y atención al público, tienen la oportunidad de terminar los estudios escolares que abandonaron por falta de oportunidades. Y las madres cabeza de hogar del sector son capacitadas en normas de higiene y buenas prácticas alimentarias para que los platos que preparan y venden para la manutención de sus familias sean bien recibidos por los turistas y cada vez reciban mejores ingresos. Y a las que no, les enseñaron a hacer jabones de sábila y barro para que emprendan su propio negocio. Y a los 200 ancianos abandonados por sus familias que les entregan una canasta básica de alimentos cada mes sin esperar nada más que hacerlos sentir que existen para la sociedad por la que trabajaron toda una vida.
Mientras Germánico, un negro fornido vestido con camiseta del Emelec nos lleva a nuestra habitación, nos cuenta que el torneo de futbolito que detuvieron para que pasáramos es una variación de las pausas activas que la empresa convirtió en un motivo para celebrar el compañerismo y la amistad entre colegas. Con razón el gerente Pablo nos atendió en su oficina bañado en sudor y vestido con uniforme futbolero. Y todos nos dicen que son felices trabajando aquí, que su misión es hacernos sentir felices y devolverle a la empresa todo lo que les ha dado.
Entonces entendemos cómo es que le abrieron las puertas así no más a este par de colombianos recién llegados y se desbordaron en las mismas atenciones que le ofrecen a la familia que juega pelota en el balneario o a los empresarios que buscan un masaje y descansar del trajín diario en una de las suites de lujo del spa. Y todos pueden hacer uso hasta las 2:00 a.m de los 5 dólares que vale la entrada a las piscinas. Me suena algo así como la democratización del agua caliente.
Y cuando el camino vuelva a hacer de las suyas de tanto conducir y cargar maletas repletas de cámaras y lentes, y el cansancio se anude en nuestros músculos dorsales, vamos a anhelar regresar a Chachimbiro, y seguro volveremos a hablar de cómo los recursos públicos y naturales pueden ser invertidos en causas nobles. Vamos a recordar que detrás de cada hidromasaje caliente hay muchas familias felices y otros tantos emprendimientos creciendo.
Y no vamos a parar de agradecerle al Ecuador por este maravilloso recibimiento después de 9 años sin vernos.
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